Cena para Dos - Proyecto Final de los Talleristas

Cena para Dos
Norma Moreno

A Bael le encantaba el silencio de su trabajo, y el cadáver que comenzaba a preparar lo inspiraba. Observaba la pulcritud de sus instrumentos sobre la mesa, se regocijaba en su brillo. Lavar el cuerpo era un ritual. Siempre iniciaba por los ojos, para que el muerto pudiera ver el proceso. Continuaba con las extremidades hasta llegar a los pies; le obsesionaba su color. El primer corte lo hacía con la sierra en el tórax, buscando una precisión de cirujano experto. Abría con lentitud su regalo y determinaba si se encontraban todos los órganos. Sacar cada uno era una operación cuidadosa, como si debiera luego retornarlo a su lugar y asegurarse de su funcionamiento correcto. En esta ocasión, faltaban los riñones y el hígado. Terminada la autopsia, entregó su turno y decidió ir a su restaurante favorito, a unas pocas cuadras de Medicina Legal.

Para Katrina los hombres son trofeos, y obtiene siempre lo que quiere. Toda su energía está concentrada en su competitividad, nadie puede ganarle en su terreno. Su afición, después de coleccionar hombres, es coleccionar armas blancas, en especial hachas. Adora el riñón al vino y las películas en blanco y negro. La primera vez que habló con él, coincidieron en pedir hígado a término medio con papas a la francesa. Él tuvo la extraña sensación de ser observado por ella como bufete del cual servirse.

***

Aquel turno comenzó una mañana lluviosa, lo esperaban dos cuerpos con cortes similares. Su ritual se concentró en hallar las diferencias entre ambos, seguro de que tenían procedencias distintas. Con dedicación, comparó los cortes al microscopio y halló una perfección extraordinaria en el segundo. Los errores encontrados en el primero, comparado con el otro, los discutió con el funcionario del CTI como posible evolución del asesino. ¿Serían, en efecto, producto del desarrollo progresivo de un asesino dedicado? Eso implicaría una inusual búsqueda del nirvana de la extracción de órganos.

Como buen colombiano, Bael llegó tarde a la proyección de Tesis en la Sala Libertadores, cineclub universitario que visitaba sólo cuando la película despertaba su entusiasmo, su afán por conocer nuevos elementos para su oficio, su arte. Cosas de la vida, se encontró con su compañera de restaurante a la salida de la película, y le invitó un café. Allí imaginaron lo que harían en caso de ser cada uno el asesino de la película. Cómo escogerían a sus víctimas, el modo de abordarlas y cómo decidirían su final. Coincidieron en darles un toque especial, utilizando un medicamento que dejaría a sus víctimas conscientes pero inmóviles. La imaginación voraz con que Katrina describía cada escena, hizo que Bael se estremeciera.

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Con precisión demoledora, el 28 de cada mes llega a la mesa de Bael una nueva víctima, con rasgos especiales que le atraen, en particular la pérdida de órganos. Sólo faltaban tres días para que llegara un nuevo cuerpo, el quinto. Se imaginaba que en esta ocasión sólo le haría falta el hígado o el páncreas, pero muy en su interior esperaba algo más, algo que lo excitara y le significara un reto. Inmerso en ese pensamiento, imaginándose a Katrina en el anfiteatro, volvió a la realidad. Regresó a su trabajo y al final de la jornada sonó el teléfono. Era ella, lo llamó para invitarlo a cenar. Al parecer deseaba conocerlo más a fondo, pues tenían cosas en común, sus gustos por el cine y la buena mesa.

Es una noche de luna extraordinariamente llena. Katrina selecciona los mejores ingredientes en el supermercado para condimentar el plato principal, carne. En su casa, todo estaba espectacular, pulcro, en estricto orden. Los ornamentos en cornisas y paredes mostraban su afición por las culturas milenarias, en las que se utilizaban instrumentos diseñados para efectuar la división entre alma y cuerpo. Su favorita era una del antiguo Egipto capaz de realizar laceraciones perfectas, que provocaban en los pacientes una sanación que envidiarían los cirujanos modernos, aunque este no sería el caso… todo menos eso.

Katrina, con un aire de princesa, invitó a Bael a ayudarle en la preparación de los alimentos; él lo hizo con gusto. Coincidieron con facilidad en lo que querían para la cena, un rico hígado asado (como en su primer encuentro), con orégano y cilantro, adicionándole vino seco para condimentarlo, además de un postre y un excelente vino tinto. La experiencia de Bael le hizo reconocer la procedencia de la carne de inmediato, más aun cuando inició a freírla. El olor de estos alimentos le recordaba algo familiar. Sin embargo lo pasó por alto, concentrado más en observar y analizar a Katrina. Ella preparaba la ensalada, mientras recordaba con agrado su antiguo pretendiente al que citó el mes anterior a cenar. A él lo deleitó con un plato delicioso y después de una noche de placer, le administró morfina y se surtió de suficiente proteína para ese mes.

Luego de cocinar, sirvieron la mesa con un exquisito vino de la cosecha 55. Bael lo olió e hizo pensar a Katrina que lo había bebido… ella se acercó, lo abrazó y lo besó. Después de unos minutos, ella se apartó como si un soplo de viento hubiera roto el hechizo. Lo miró a los ojos e intentó mantener el encanto. Era inoficioso este esfuerzo, él le pregunto el por qué. “Me fascina deleitarme con la esencia de seres inferiores, aquellos que me atraen son mi presa cada fin de mes. Me guío por mi instinto para seleccionarlos, en su piel está inmerso lo que necesito de ellos, su olor me ayuda a identificarlos. Luego viene el placer de cortar, seccionar y extraer las partes más apetitosas, aquellas con las que esta noche nos hemos dado una cena estupenda.”

Él, atónito ante aquella confesión, decidió atacarla. Ella no podía ser otra que la artífice de esos cortes perfectos, que dejaban a los suyos en ridículo. No admitía que existiera alguien mejor que él, le resultaba necesario eliminarla. Se abalanzó sobre ella. Katrina reaccionó como felino, en una fracción de segundo tomó una daga de las muchas que adornaban sus paredes y la clavó en el brazo de Bael. No fue suficiente. Él respondió a su ataque y la hirió de muerte; se sonrió al ver lo logrado. Ella moriría esta vez y ya no habría nadie que interrumpiera su camino, nadie con quien competir, nadie a quien destruir. Dejarían de llegar a su mesa de trabajo, cuerpos mutilados ajenos a su propio arte; había dado fin a su imitadora. Esa noche no tendría que salir a cazar, ya tenía su recompensa, su alimento. Todo quedaría entre ellos dos.

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