MARKHEIM
(Basado en un cuento de Robert Louis Stevenson)

Julieta Loaiza, Giovanni Leal, Mónica Trujillo

–Sí –dijo el anticuario–, nuestras gangas son de varias clases. Algunos clientes no saben lo que me traen y en ese caso percibo un dividendo en razón de mis mayores conocimientos. Otros no son honrados –y aquí levantó la vela, de manera que su luz iluminó con más fuerza las facciones del visitante– y en ese caso –continuó– recojo el beneficio debido a mi integridad.

Usted es bastante inoportuno señor. Hoy es navidad y mi familia me espera.

—Sí, comprendo, pero me urge conseguir algo con lo que pueda alagar a una bella dama.

—Está bien, lo atenderé considerando que usted es mi cliente. De no ser así…

A regañadientes, el anticuario abrió la prendería. Markheim entró observando a su alrededor mientras el viejo rebuscaba en un cajón lleno de cachivaches del que sacó un espejo con bordes dorados y se lo enseñó a su cliente.

—Este es un hermoso regalo —dijo el anticuario acercándose un poco—, le aseguro que cualquier dama lo apreciará.

—Ésta no —dijo Markheim deteniendo al viejo con un ademán de su mano—, es muy exigente; el espejo es demasiado trivial para alguien con una gran inteligencia. ¿No cree?

—Siendo así —contestó el anticuario—, le puedo ofrecer una obra de arte. Si tiene algún artista favorito, podríamos ver qué hay de él.

—Por su puesto —dijo Markheim mirando hacia la entrada—, me gustaría algo de Van Gogh.

—Gran artista, debo tener uno de sus paisajes.

El anticuario, que había tenido la vela alejada de su cuerpo, la bajó para iluminarse los pasos y dando la espalda a su cliente empezó a regresar, cuando un brazo fuerte al rededor de su cuello lo detuvo, en tanto que una punzada en su espalda le hizo ver un desfile de figuras en retrospectiva durante los segundos que demoró su desvanecimiento.

Markheim dejó al viejo tendido en el piso; inspeccionó el lugar de nuevo con la mirada, escudriñando todos los rincones sin prisa, esperando que algo se moviera. Miró hacia la puerta, seguía entreabierta como la había dejado el anticuario, se acercó al muerto, recogió el espejo antes ofrecido por éste como regalo, lo puso frente a sus ojos y con la tenue luz que daba la vela lo vio tras de él sonriendo cínicamente.

—¿Buscas el dinero? —preguntó el intruso—. Ya que no lo pudiste evitar, termina lo que empezaste y hazlo bien.

—Sabía que vendrías —dijo Markheim ignorando lo dicho por el intruso—, te esperaba para decirte que este sí es mi último trabajo. Lo hice por extrema necesidad.

—No deberías hablar tanto —dijo el intruso con voz apagada—, no te conviene la demora, la criada está por llegar y te va a sorprender. Tendrías que acabar con ella también si quieres salir libre de esto.

—¡No! No lo haría —contestó Markheim con firmeza—, ya te dije que éste sí será el último. No me quedaba otra opción, hoy es navidad y todos los negocios cerraron temprano, por eso me vi obligado a venir a la prendería, yo he sido cliente de este lugar, así que aproveché esta circunstancia para logar que me abrieran, pero no quería hacerlo.

—¿Pretendes justificarte? —preguntó el intruso y siguió diciendo con sarcasmo— ¿Acaso no es el placer el que te induce a llevar a cabo tus crímenes? ¿No es por eso que, a cada intento de dejarlo, tu voluntad se doblega y ante la primera oportunidad sucumbes por deleitarte con la sensación irrefrenable de saberte superior a los demás en fuerza y en inteligencia? ¡Mírate! Eres un criminal irremediable. Nada de lo que hagas o digas cambiará tu condición. Así que, anda, toma el dinero, hazles creer que ese fue el móvil del crimen y vete o la criada te va a descubrir.

—No saldré de aquí —dijo Markheim decidido— ya te dije que esta será la última vez. Las sombras de la muerte no envolverán más mi alma, ya no tendré nada ni nadie que me apremie para salir a buscar víctimas. Tú aseguras que lo hago por placer y no es así; no me complace matar a alguien por matarlo, nunca sin una razón valedera.

Hoy no te escucharé. Tus palabras mordaces no tendrán eco en mi subconsciente. Me encerrarán, dejaré que lo hagan, pero estaré libre de tu odiosa y hostigante presencia.

—¡Crees que huirás de mí! —interpeló el intruso con tono presuntuoso— ¡Qué iluso eres! Ni la piel está tan adherida a tu ser como yo. Nado dentro de ti. Conozco todas las artimañas que teje tu cerebro. Soy quien siembra los bajos sentimientos que florecen en tu corazón, así que dime, ¿cómo vas a escapar de mí?

—No volverás a fastidiarme —aseguró Markheim—, te quedarás fuera de mi vida cuando me atrapen, será inútil que me instigues en un lugar donde no podré hacer nada para complacerte, los grilletes y las esposas serán mi seguro contra ti.

—Jamás me podrás alejar, le contestó el intruso con soberbia—, tu mente desquiciada me necesita para escudar tus malas acciones, sólo hay una cosa que podría librarte de mí y creo que tu valentía para matar es menos fuerte que tu cobardía para acabar contigo mismo.

Se escucharon unos pasos…

Markheim se enfrentó a la criada en el umbral de la puerta con algo que casi parecía una sonrisa.

—Será mejor que avise a la policía —dijo—: he matado a su señor.

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