EL HORLA
(Basado en un texto de Guy de Maupassant)

Angélica Velásquez, Marta Soto

8 de mayo.

¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.

10 de mayo.

Hoy no he querido salir de mi cuarto. He cambiado el aroma de las flores que despiertan a un nuevo día cargadas de goticas de rocío por el calor de mis cobijas. No he tenido la intención de abrir mi ventana, y a cambio le he pedido (CONCORDANCIA DE TIEMPOS) a Tomasia que corra mis cortinas. A medida que la seda se desliza desnudando el paisaje, el asombro me golpea la cabeza: el enorme plátano, esa planta de verde vivo y brillante ayer tendía sus hojas enérgicamente al cielo, pero hoy bajan como aplastadas por la tristeza. Me conozco, sé que cualquier cambio en el paisaje redundará en mi estado de ánimo, y por esto he preferido cerrar mis cortinas, tenderme en la cama con la vista clavada al techo, esperando que esta suave lluvia cese y mi paisaje nuevamente sonría bajo el sol.

15 de mayo

Ahora me hago consciente de que la entrada del verano llegó cargada de nostalgia. Por más que no quiera, tendré que mantenerme resguardado mientras la naturaleza se transforma allá afuera. Las ramas quedan indefensas contra el viento, que no escatima fuerzas para batirlas, arrebatándoles hasta la ultima hoja; los copos y los tejados se empiezan a llenar de nieve y la neblina empaña las ventanas. Mis fuerzas se han mermado y los pasos que recorro por la casa se me antojan pesados y dolorosos. La llegada de este invierno viene acompañada de un ligero malestar que nace en mi medula ósea y divaga hasta mis extremidades. La opaca neblina insiste en entrar por los pequeños orificios del tejado; una invasora más que mi soledad permite. He intentado escapar de este triste encierro al que he tenido que abandonarme por todos los métodos posibles.

Mi paladar se ha acostumbrado tanto a los alimentos de Tomasia, que no distingo entre un guiso de carnes frescas, una torta de frutas o cualquier crema que se le antoje prepararme. A causa de esto mi apetito ha disminuido notoriamente y mis fuerzas responden a esta restricción calórica.

19 de julio

Hoy siento sobre mi espalda el peso de un costal de achaques que me aplasta. A duras penas puedo desplazarme por la casa. Sin fuerzas arrastro las chancletas rumbo a un baño al que hace mucho tiempo no entra la luz; específicamente desde que empezaron a aparecer las ronchas en mi cuerpo esquelético. Por fin tuve que ceder a la insistencia de Tomasia para que recibiera la visita del Doctor…

—Tosa —dijo—. Así... Humm... Otra vez.

El doctor busca entre mis orejas, bajo mis párpados o mi lengua, pero nada parece indicarle que ahí está, que la siento. Es una fuerza que me invade, es un aura maligna que me envuelve y solo yo la veo. Es una sombra que me acecha, penetra en mis células y las marchita.

Fueron infructuosos sus bebedizos; no me han producido ni el más leve efecto. Con el paso de los días mi estado de salud empeora. Esta extraña e insoportable presencia crece dentro de mí; es un volcán que se sabe estallará. Sólo pido que sea rápido, cuanto antes mejor, pues esta amarga compañía, esta fuerza invisible me tiene totalmente dominado.

El polvo me invade los pulmones haciendo una parodia interna de mis dolores, llenando las sonrisas de antes, ahora, en acostumbrados calambres, retorciendo las picadas enconadas en mis intensiones

18 de agosto

Los días son interminables. El frío sigue violando mis paredes y es más intenso aun. Tomasia es una mujer de pocas palabras y vive apertrechada bajo el calor de la estufa. Pero no estamos solos. He tenido una sensación extraña últimamente: siento una presencia que ansía hacer parte de mi día; la siento rondando a mi alrededor, como un asesino al acecho. He caminado con ella, cuando tiene ganas de caminar, y me acompaña en las tardes a tomar un café caliente; en las noches se acuesta a mi lado, algunas veces hasta he tenido que compartir mis cobijas con ella… y siempre le pido el favor de que sonría por mí, puesto que yo no puedo hacerlo. Ahora estoy tan triste, que no puedo.

1 de septiembre.

Mi memoria ha empezado a fallar: no recuerdo con exactitud cuántos días llevo sin bañarme. Con gran esfuerzo me levanto de la cama, me apoyo en las paredes, logro llegar al cuarto de baño, levanto mi mirada frente al espejo y lo encuentro implacable; no miente, y a duras penas me reconozco, soy una sombra, y si se puede decir, un despojo humano. Mi larga cabellera y la pegajosa barba se agarran de una fisonomía huesuda y marchita. Mis largas uñas que hace tiempo no limo, se me enredan fácilmente con los objetos que deseo alcanzar. Además, a mi ruinosa imagen se suma que se me han caído tres dientes, dos superiores y uno inferior. La presencia que me acompaña ríe sin mostrarme los dientes, escucho sus carcajadas sin sonidos, la insolencia de su maltrato acompaña los minutos que suman horas y me quitan lentamente vida.

15 de septiembre.

Soy objeto de burla de esta fuerza maldita, de esta sombra que entra en mi cuerpo y se desplaza juguetona por todas mis partes. He decidido darle nombre: el Horla. Si he de vivir con alguien, tengo que saber cómo llamarle. Muchas veces he querido arrancarlo de mi cuerpo propinándome fuertes arañazos que me desfiguran la cara. El se ríe desplazándose como una mancha por todo mi cuerpo, lo persigo y parece gozar mucho que le busque con mis manos y le grite con pensamientos desgarrados. Cuando me siento cansado de perseguirle a golpes, se detiene en mi pecho imponiéndome fuertes palpitaciones.

20 de septiembre.

El Horla ha estado conmigo toda la mañana. Se desplaza por mi cuerpo caprichosamente, proporcionándome punzones y desgarros, ¡pero me he dado cuenta de algo! Cuando él me cree dormido, se apacigua y se posa en una parte de mi cuerpo como un animal al acecho, esperando que la víctima despierte para atacar de nuevo; me espera, vela por mí.

Este descubrimiento me trae una leve esperanza de victoria. Tal vez un día cualquiera, él duerma también y pueda yo escapar de su insistente presencia. La estrategia es sencilla pero dolorosa; aguantaré sus repetidas agresiones y por momentos me haré el dormido esperando que se pose en un sitio estratégico; tiene que ser en una pierna o en un brazo. Cuando esto suceda, el filo de mi sable que espera bajo la almohada estará dispuesto a amputar el miembro habitado por el Horla. Sea como sea, después de mutilarme tendré que asegurar mi triunfo, la extremidad será calcinada mientras el Horla siga atrapado en ella.

30 de octubre.

El plan parece haber sido un éxito, lentamente me recupero de mi amputación, el muñón cicatriza lentamente pero seguro. La que no parece en proceso de recuperación es Tomasia, que después de ver cómo me arrastraba llevando mi pierna mutilada entre mis brazos, hasta la parte posterior de la casa donde todo estaba listo para incinerarla, sufrió un ataque de nerviosismo que le alteró visiblemente. Aún hoy, después de casi dos meses de ocurrido el incidente, me asombra verla. La última vez que decidí entrar a su cuarto fue hace 5 días. Camine despacio y sigiloso hasta pegar mi oreja a su puerta. Desde allí pude escuchar los quejidos y lamentos desprendidos desde lo más hondo de su garganta. ¡Y cuál no sería mi asombro, mi gran sorpresa, al identificar claramente dos clamores diferentes, como si hubiera dos agonizantes en el cuarto! Sin vacilar aunque con un profundo terror, abrí la puerta y encontré a la mujer revolcándose en su lecho. Desde el umbral distinguí su piel destrozada por sus propias uñas, su cabello desordenado sobre el rostro esquelético, babeante y sudoroso. Todos estos signos me sirvieron para identificarlo. ¡Era él, el Horla! El Horla, que sigue vivo dentro del cuerpo de Tomasia, matándola lentamente y a la espera de irrumpir de nuevo sobre mí.

Ahora tendré que idear un nuevo y presuroso plan.

¿Matar a Tomasia? ¡No! No funcionaría. Esto sería facilitarle al Horla un pronto regreso a mi cuerpo. ¿Tal vez, incendiando toda la casa? ¡No! Esto equivaldría a exponer a los hombres que vengan en nuestro auxilio. ¿Acabar con la vida de Tomasia y después con la mía? ¿Exponer nuestros cuerpos a una tortura agonizante o propinar un golpe fulminante? En fin… ¿qué puede ser peor? ¿La agonía de vivir invadido por él o la destrucción prematura? ¡Todo el temor de la humanidad procede de ella! Después del hombre, el Horla. Después de aquel que puede morir todos los días, a cualquier hora, en cualquier minuto, en cualquier accidente, ha llegado aquel que morirá solamente un día determinado en una hora determinada y en un minuto determinado, al llegar al límite de su vida.

No... no... no hay duda, no hay duda... no ha muerto... entonces, tendré que suicidarme...

1 comentarios:

el cuento crea una tension interesante, sin embargo en la ultimo encuentro con el diario, encunetro una resolucion algo pretenciosa...

pero en general el formato y la narracion me parece muy fluido, bacano....

2 de octubre de 2007, 14:30  

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