NOSFERATU
(Basado en un cuento de Griselda Gambaro)

Lorena Castro, Catalina Castillo, Elkin Morales

Obviamente, se acostó al amanecer. Antes, se había acercado a la ventana que carecía de vidrios, cubiertos de polvo los bastidores de madera, y había mirado hacia abajo con sus ojos sin párpados, con la boca entreabierta y un hilillo de baba que caía sobre sus zapatos.

Mientras Nosferatu descansaba en su féretro, pensaba en el ataque del día anterior. Ella lo advirtió enseguida, el labio ligeramente levantado por los colmillos lo delató, nunca había pasado, ella se veía más decidida a lograr ese mordisco que él a darlo, finalmente ese no era su objetivo.

En los últimos tiempos se había sentido más ladrón que vampiro y cómo no, si le repugnaba esa sensación pegajosa y cálida que bajaba por la garganta con el sabor dulzón de la sangre; prefería la leche recién sacada de la nevera, casi neutra, casi yerta, casi inerte. La noche anterior no hubiera sido diferente, confiaba en su plan: esculcar a algún parroquiano, tomar un vaso de leche en cualquier bar, atravesar calles y regresar antes de la madrugada. Sencillo.

Desastrosamente, metió la mano en el bolsillo de una víctima de antaño, sacó los billetes e intentó la fuga. Sin embargo, al reconocerlo, ella lo persiguió hasta tumbarlo e intentó ser mordida. Con cuánto deseo y temor había esperado ver esos ojos, sentir esas manos lánguidas de uñas largas y la sangre inundando su boca. Ahora, que lo tenía bajo el peso de su delgado cuerpo, no lo iba a dejar escapar.

A pesar de su desánimo, Nosferatu logró invertir la situación y volcarse sobre ella: cabeza contra pies, sus ojos fijos en ellos, desamarró los cordones y le ató las manos a un poste. Sintió la caricia de una tela roída por el uso, la suavidad del polvo prendido a las suelas grises; tal sensación lo excitó, agarró el par de tenis y se marchó.

Obviamente, se despertó al anochecer. Esa noche las cosas no podrían ir peor, así que se puso los tenis, guardó la plata y salió a la calle. Fue hasta un bar que frecuentaba y pidió un trago de leche en las rocas. El mesero reprimió una carcajada mientras le servía su excéntrica orden. Luego, volvió a la charla con el jefe de policía que había llegado media hora antes.

Mesero y policía charlaron sobre cordones sucios, leche derramada, Nembutal y Seconal. Luego de una hora o dos, de dos vasos o cuatro, Nosferatu descubrió la mirada del policía en su espalda y un sabor barbitúrico en la leche. Se dirigió, tambaleante, hacia el baño. Se puso frente al espejo y se asustó al no ver nada. Escapó a través de la ventana. El policía alertó a sus compañeros e iniciaron la persecución.

Después de unas cuantas cuadras, sus nuevos zapatos le jugaron una mala pasada: un cordón suelto lo dejó tendido en el suelo. Los policías le dieron alcance. Nosferatu los miró; parecían inmensos, gigantes. Uno de ellos se dejó caer de rodillas a su lado y acercó el rostro, era ella. Abrió la boca, los dientes asomaron, muy blancos, irreales, como dientes de leche. Nosferatu gritó. Ella le clavó los dientes en el cuello, torpemente pero con decisión; atacó la carne varias veces hasta que la leche brotó limpia. Nosferatu volvió a gritar. Y luego, uno tras otro, se inclinaron sobre él, con la boca abierta.

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